
📝
[Carlos Egea: El rincón de pensar]
Hay lugares que te transportan a la felicidad. Sin quererlo, sin buscarlo, casi sin necesitarlo. La puerta de tu cole, tu casa antigua donde fuiste feliz con la familia, la iglesia de tu boda, si todo ha ido bien, algún lugar de fiesta que ya cerró… ese loco y nostálgico sentimiento que vive en nuestro interior.
Y uno de ellos como no es la Fonteta. Ahí viví el primer ascenso del Pamesa, miles de noches mágicas, alguna carrera brutal de atletas inmensos, y el fútbol sala.
Primero con mis primeros pinitos radiofónicos y esa narraciones del Matador vistiendo los colores de Autocares Luz y luego con mis pequeños tesoros personales.
Para la Fonteta es Pipo Arnau, mi eterno maestro.
Por la influencia que tenía en el esa cancha de básket trasformada en pista de fútbol y luego por todo lo vivido defendiendo la camiseta de Deportes Arnau. Con Pipo ahí fui feliz y aprendí que ganar es muy divertido pero que no es lo más importante.
Pipo llegaba a la Fonteta y era como si el dueño del cortijo invitara a cervezas. Mil saludos, mil abrazos, mil anécdotas. Todo bajo ese truhan que convivía con el.
Recuerdo vivir ahí una de las mejores y más marcianas historias que tuve con el.
En un partido de nuestro equipo, Pipo se había liado con las fichas y algunas fotos no coincidían con los nombres. Eso te obligaba a usar la memoria y acordarte del nombre completo. Nuestro portero se llamaba Antonio, pero ese día era Pedro Garrido. El árbitro se percató que le llamábamos Antonio y paró el partido, entonces llamó al portero y a nuestro capitán. Muy serio le preguntó “¿cómo te llamas?” y él dijo “Pedro,” “¿y de apellido?” le volvió a preguntar, y el chaval, con toda la vergüenza del mundo, dijo… “No me acuerdo”. Nunca volvió.
Y así fueron pasando los años y ese lugar siguió con la magia de los recintos eternos. Y yo seguí viendo a Pipo pasear su humanidad como aficionado con la humildad de los elegidos.
Y la Fonteta baja el telón ante la tristeza infinita y la radiante ilusión. Nada será igual, nada lo es desde que marchó él. 38 años, demasiados recuerdos. Hasta siempre.